Francisco de zurbarán san serapión
Francisco de Zurbarán (bautizado el 7 de noviembre de 1598 – 27 de agosto de 1664) fue un pintor español. Es conocido principalmente por sus pinturas religiosas que representan a monjes, monjas y mártires, y por sus bodegones. Zurbarán se ganó el apodo de Caravaggio español, debido al uso contundente y realista del claroscuro en el que destacó.
Zurbarán nació en 1598 en Fuente de Cantos, Extremadura; fue bautizado el 7 de noviembre de ese año. Sus padres fueron Luis de Zurbarán, mercero, y su esposa, Isabel Márquez. En su infancia se dedicó a imitar objetos con carboncillo. En 1614 su padre le envió a Sevilla para que fuera aprendiz durante tres años de Pedro Díaz de Villanueva, un artista del que se sabe muy poco.
El 17 de enero de 1626, Francisco de Zurbarán firmó un contrato con el prior del monasterio dominico de San Pablo el Real de Sevilla, comprometiéndose a realizar 21 cuadros en ocho meses. Catorce de los cuadros representaban la vida de Santo Domingo; los demás representaban a San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, Santo Domingo y los cuatro Doctores de la Iglesia. Este encargo consagró a Zurbarán como pintor.
Biografía de Francisco de Zurbarán
Francisco de Zurbarán (1598-1664) fue un pintor español conocido por sus bodegones y por sus temas religiosos. La mayoría de sus obras religiosas representan figuras como mártires, monjes y monjas. Debido a su habilidad para representar contrastes tonales realistas -conocidos como claroscuros-, a veces se le compara con el artista italiano Caravaggio, un poco anterior.
Zurbarán nació en la localidad de Fuente de Cantos, en la región extremeña del suroeste de España. Hijo de un mercerero, desde muy joven se interesó por recrear objetos del mundo real mediante el uso del carbón. A los 15 años fue enviado por su padre a Sevilla, donde se convirtió en aprendiz de un artista poco conocido, Pedro Díaz de Villanueva. Durante los tres años que Zurbarán permaneció en Sevilla, conoció a su esposa, Leonor de Jordera. La pareja tuvo varios hijos juntos.
A finales de la década de 1620, el rey Felipe IV nombró a Zurbarán su pintor oficial. El monarca quedó impresionado por su habilidad y le dijo que no sólo era el pintor del rey, sino también el “rey de los pintores”. Sin embargo, el estilo característico de Zurbarán cayó en desgracia más adelante. Se fue a Madrid a buscar nuevos trabajos. No tuvo mucho éxito y, en el momento de su muerte, era casi desconocido y casi sin dinero.
Autorretrato de Francisco de Zurbarán
Nació en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598. Se hizo un nombre en la pintura religiosa, donde su obra se distinguió por su impacto visual y su profundo misticismo. Fue un artista representativo de la Contrarreforma. Se cree que comenzó a trabajar como pintor en la escuela de Juan de Roelas en su ciudad natal antes de entrar en el taller de Pedro Díaz de Villanueva en Sevilla en 1614, donde en 1616 conoció a Alonso Cano. También entró en contacto con Francisco Pacheco y sus alumnos, además de absorber la influencia de Juan Sánchez Cotán. Su estilo evolucionó hasta asemejarse a los maestros manieristas italianos, y se hizo menos parecido al realismo de Velázquez. El sello de sus composiciones es el modelado en claroscuro con tonos muy contrastados. Murió en Madrid en 1664.
Bodegón de Zurbarán
Entre la marcha de Velázquez a Madrid en 1623 y el ascenso de Murillo en la década de 1650, Zurbarán fue el principal pintor de Sevilla. Sus cuadros fueron pintados en su mayoría para órdenes religiosas españolas. El estilo distintivo de Zurbarán está influenciado por el realismo de Caravaggio y sus seguidores. Zurbarán nació en Fuente de Cantos, cerca de Badajoz. En 1617, tras formarse en Sevilla, regresó a Llerena, en su provincia natal. En 1629 estaba de vuelta en Sevilla, donde se convirtió en pintor oficial de la ciudad.En 1634 estaba en Madrid pintando mitologías para el Buen Retiro, el nuevo palacio de Felipe IV, quizás por la intervención de su amigo Velázquez. Sus últimos años no fueron tan exitosos y murió en Madrid en la pobreza.
En este pequeño e íntimo cuadro, los objetos cotidianos parecen monumentales y adquieren una intensidad mística. Sobre una mesa o repisa, una taza de agua de cerámica con asas delicadamente curvadas se sitúa en el centro de un plato de plata. Una rosa sin espinas, en plena floración, se balancea en el borde del plato.